Todo el mundo lo sabe —y quien no lo sepa, que despierte—: los que mandan no son los políticos, sino los poderes reales , los que mueven los hilos desde la sombra. Es tan evidente como peligroso. La mayoría de la gente ni siquiera sabe quiénes son, pero todos, absolutamente todos, bailamos al ritmo de sus intereses. Son los verdaderos dueños de este tablero llamado democracia : los que redactan leyes en despachos que nadie ve, los que deciden quién gana y quién cae, los que reparten las sobras del botín nacional. Son los que predican libertad mientras imponen censura, los que callan verdades para no poner en riesgo sus mentiras, los que fabrican guerras y las apagan según dicten sus balances. No hablamos de Pedro Sánchez ni de ningún político de turno, sea rojo, azul o multicolor. Ellos no son más que los gestores obedientes de ese poder intocable, los que se arrodillan para no perder su sillón. El poder auténtico es económico, global, con nombres y apellidos conocidos, muy cono...
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