Memoria y negación: anclados en el pasado de una gesta imperial

 

Desde la fecha en la que se constituyó, el Día de la Hispanidad ha sido objeto de controversia, tanto por su exaltación como por su rechazo. Y es que para muchos es un día del que sentirse orgulloso, pero para otros muchos es un día que hace referencia a un acto salvaje. Sin embargo, siempre se olvida tener en cuenta su origen, lo que conlleva y cómo se ha desarrollado desde entonces.

Esta fiesta nacional española se celebra cada 12 de octubre desde 1987, cuando se promulgó la Ley 18/1987, de 7 de octubre, que establece el día de la Fiesta Nacional de España. Dicho documento consta apenas de dos páginas; la primera explica cómo el proyecto llegó a las Cortes Generales, y la segunda contiene la información relevante en relación con la misma. En esta parte, tanto la sanción por parte del Rey como su único artículo son muy escuetos, pero lo relevante está en el contexto de su proclamación.



En 1987, España se encontraba en un momento histórico clave, acababa de terminar un periodo oscuro: una dictadura que duró casi 40 años. Esto supuso que se pretendiera cambiar y concluir el proceso de construcción del Estado que se estaba llevando a cabo. Esto resume lo que se intentaba hacer con la Fiesta Nacional, pues hay que tener en cuenta que este tipo de conmemoraciones son típicas de cada país y España aún no tenía nada fijo, dada la confusión creada tras la dictadura, donde coexistían diferentes fechas que celebraban esta festividad. Por ello, se constituye el 12 de octubre, fecha en la que se data el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, como Fiesta Nacional. Un hecho que a lo largo de los años ha conseguido unir y separar a partes iguales de la población.

Tras revisar todos los discursos que genera este día y considerando el contexto histórico en que se instauró, se evidencia una profunda problemática que nace del fracaso al intentar construir un relato común. En vez de conseguir que miremos hacia el futuro democrático —pudiendo haber establecido el Día de la Constitución como la Fiesta Nacional, por ejemplo—, se optó por utilizar una fecha anclada a un pasado imperial que perpetúa un acto despreciable. La Conquista de América fue un hecho considerado un antes y un después, no solo para la historia española, sino para la historia mundial; no obstante, no podemos negar la brutalidad con la que esta se llevó a cabo. No debemos caer en la llamada "Leyenda Negra" donde se sostiene que la conquista española fue un completo genocidio, pero tampoco podemos hablar de una "obra civilizadora". Ni los países que perpetuaron la leyenda son tan buenos, ni nosotros tan inocentes.

La cuestión es que no podemos perpetuar una narrativa insostenible que glorifica la brutalidad colonial con la que se llevó a cabo dicha "gesta imperial"; ni mucho menos eludir la autocrítica una vez conocida nuestra historia, no podemos ser tan ciegos ante tal realidad. Todos los años nos encontramos ante la misma tesitura: la de reflexionar no solo sobre este día, sino también sobre cómo se defiende. Mantener esta fecha como Fiesta Nacional, y defenderla con argumentos que ocultan la violencia colonial, demuestra una profunda resistencia a la autocrítica y a la realidad histórica de España, lo que nos aleja cada día más de poder construir una identidad nacional común, plural y respetuosa.

No se trata de pedir perdón por algo que no hemos hecho nosotros, sino nuestros antepasados. Se trata de no seguir perpetuando la celebración de un acto deplorable donde gran parte de los habitantes americanos murieron en condiciones inhumanas. El nacionalismo español debería verse respaldado por otros actos que no hablen de una gesta imperial que no representa ni a España, ni la valentía, ni mucho menos el honor.

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